El rol del nuevo paradigma educativo no es hacernos conscientes de nuestras vulnerabilidades, sino formarnos para la infinidad de oportunidades de aportar valor en la economía digital
Cada vez que escribimos sobre la era digital, como si de una introducción automatizada se tratara, hablamos de que está transformando el mundo que nos rodea y que, aunque nos ofrece oportunidades infinitas, también nos plantea desafíos enormes. Esta introducción automatizada la acompañamos recientemente de una coletilla, tras la irrupción de la pandemia que sufrimos, y es que la covid-19 está acelerando (más si cabe) la disrupción que supone la tecnología en nuestra vida.
El problema de estos automatismos sobre la era digital es que estamos tan abducidos por el consumo intensivo de redes sociales, periódicos digitales, series en streaming, y todo el aparato de inteligencia artificial que nos mantiene enganchados, que hemos desdibujado la frontera entre los beneficios y los riesgos, estamos completamente anestesiados sobre las consecuencias alarmantes que tiene nuestra ignorancia sobre la tecnología.
La ignorancia es el riesgo, puesto que la tecnología tiene infinidad de cosas positivas. Aquí es donde la educación tiene que jugar un rol esencial, necesitamos un nuevo modelo educativo para la era digital. Ningún sistema educativo de Europa ha conseguido todavía beneficiarse claramente de los tres objetivos clave que aporta la era digital a la educación: primero, formar en capacidades digitales; segundo, servirse de las tecnologías para mejorar exponencialmente la experiencia en el aprendizaje, gracias al aprendizaje líquido; y tercero y más importante, ofrecer espacios de reflexión sobre los riesgos anteriormente mencionados, como el que tiene lugar esta semana en enlightED.
Según un estudio del Center for the Governance of Change de IE University realizado en abril, un 65% de los europeos (menores de 55 años) parecen sentirse cómodos con sus habilidades y creen que ningún robot podrá hacer su trabajo mejor que ellos en los próximos 10 años. Por el contrario, la mayoría de los ciudadanos chinos (64%) son más pesimistas y afirman que su trabajo lo hará mejor un robot. Esta brecha se debe fundamentalmente a la falta de formación en habilidades tecnológicas y de datos. El rol que debe de jugar el nuevo modelo educativo no es hacernos conscientes de nuestras vulnerabilidades, sino formarnos para la infinidad de oportunidades que tenemos de aportar valor en la economía digital si somos capaces de tener un entendimiento más profundo y práctico.
En segundo lugar, la pandemia ha trasladado una clase física a un entorno virtual y aunque disminuye la experiencia académica y no supone una gran transformación, sí es un primer contacto para la comunidad educativa al permitirles familiarizarse y normalizar el uso de tecnología. Y este punto sí es realmente transformador puesto que nos permite resolver un dilema instalado en los sistemas educativos de todo el mundo desde hace siglos: ¿estandarización o personalización? Como Howard Gardner señaló en su Teoría de las Inteligencias Múltiples, no todos tenemos inteligencias iguales y por lo tanto no todos aprendemos de la misma forma. La tecnología nos permite ofrecer modularidad en el aprendizaje para adaptar la velocidad, el formato, la evaluación, la localización, la metodología… Gracias a la tecnología tenemos la oportunidad de acabar con el sistema decimonónico de tratar a los estudiantes como si fueran materia prima entrando en una fábrica.
Por último, el tema más importante para promover un nuevo modelo educativo es la reflexión sobre los riesgos que la era digital nos presenta. Desde que amanecemos hasta que nos acostamos (incluso hasta cuando dormimos) nuestros dispositivos lo apuntan todo de nosotros y lo utilizan no respetando ni siquiera el espejismo de renuncia inconsciente a nuestra privacidad, pues venden a nuestras espaldas a empresas y gobiernos la influencia que son capaces de ejercer sobre nosotros.
Y es precisamente en este punto donde es más urgente la necesidad de un nuevo modelo educativo, pues ignoramos por completo el alcance de la renuncia a nuestras libertades, y dicha ignorancia cuestiona incluso la capacidad de nuestra sociedad de participar en democracia de forma segura. Más allá de las oportunidades que nos ofrece formar en capacidades tecnológicas o mejorar la experiencia en el aprendizaje, el nuevo modelo educativo lo necesitamos con urgencia para entender y hablar el idioma de la tecnología, para de esta forma, someterla a nuestro beneficio y no someternos nosotros a los que la controlan.